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Principio de fragilidad

Entre las muchas enseñanzas que nos dejará la pandemia del COVID 19, una sin dudas tendrá que ver con la reelaboración de lazos sociales necesarios en tiempos de cuarentena o, trasladado a tiempos "normales", la reelaboración de lazos a distancia.
En particular hemos visto la fragilidad existente en el ámbito educativo, en donde claramente la incorporación de computadoras en las aulas fue, en el mejor de los casos, un soporte tecnológico con otro tipo de herramientas (aplicaciones, descarga de documentos, material multimedial, entre los más comunes), pero no un reconocimiento de los alcances y limitaciones de esas tecnologías, y mucho menos un puente entre los estudiantes y los docentes, o en general, entre los miembros de la comunidad educativa.
El lazo entre los estudiantes, sus familias y las escuelas es previo y necesariamente más amplio que el objeto tecnológico y por ende, tiene que ser incorporado en su globalidad. Si la escuela fuera al médico, seguro le diría que el cuerpo (la comunidad educativa) debe aprender cómo manejarse con la prótesis (tecnología).
Quienes estudian hace décadas el teletrabajo conocen que entre sus ventajas y desventajas deben considerar, por ejemplo, que ante la posibilidad de horarios flexibles, éstos se hacen cada vez más extendidos, los empleados tienden a trabajar más horas y el trabajo prolongado termina siendo nocivo en términos psicofísicos. Pero también se ve afectada la relación empresa-empleado, no solo por el desgaste que produce esta sobreexigencia sino también por los altos costos que implican las tareas de coordinación (nuevo software y nuevos profesionales), y las dificultades de construir un espíritu de equipo en ausencia de espacios de reunión.
Por tanto, ¿qué podemos sacar en limpio para optimizar, en contextos como el de nuestro país, lazos tan importantes como los de la comunidad educativa?
No se puede exigir a docentes que multipliquen sus clases por 60, 150 o 1000, bajo el requisito de lo que terminan siendo tutorías virtuales personalizadas. Tampoco es lógico que un estudiante entienda la necesidad de ir a clase y valorar ese espacio presencial si se le transmite que ahora debe cumplir las tareas vía mail o, en algunos casos, plataformas nuevas y desconocidas. Las familias -en el caso de que estuvieran presentes con anterioridad a la cuarentena, lo cual lamentablemente reduce mucho el porcentaje de casos-, tampoco pueden reemplazar a los docentes en sus explicaciones, sentido pedagógico de las tareas, ni evaluaciones, sin contar, por supuesto, con el amplio espectro de conocimientos específicos y actualizados que deberían tener para ello. Las autoridades deben estar al tanto de la labor de coordinación entre las partes, no solo de controlar la tarea que el profesor da o deja de dar, y de proveer herramientas y espacios de discusión y propuestas con sus docentes. Finalmente, no se le puede exigir a la tecnología que reemplace los lazos interpersonales. Las redes sociales sirven para comunicar palabras, ideas si están bien explicadas, pero no revelan intenciones, ni sentimientos, ni sanciones. Esta especie de impunidad virtual es lo que ha garantizado parte de su éxito en otros ámbitos, pero es contraproducente en el educativo.
Por tanto, hay que aprovechar el potencial de todo esto y comprometerlo para que no se quiebre la dinámica educativa, que no es otra cosa que la máxima posibilidad que tienen hasta ahora los Estados para transmitir el conocimiento aprendido (en sentido amplio y humanista) a las nuevas generaciones.
Evaluemos algunas opciones:
1) Las y los docentes deben mantener su horario laboral. Las clases duran en general dos horas y deben ser mantenidas como tales, con momentos de exposición del tema a través de un video (hay redes que ofrecen hacerlo en vivo, y armar grupos determinados), espacio de preguntas por parte de los estudiantes y trabajos prácticos afines, en su mayoría, que puedan resolverse en el momento (el envío de algún audio, un breve escrito, reflexión o lo que se crea pertinente).
2) El estudiantado debe estar comprometido con la clase y eso implica conectarse en el mismo horario en el que debería asistir a ella. Si no lo hace, si no entrega al final de la misma la consigna del día, se considera ausente. Y si la razón de no hacerlo es un problema tecnológico, debemos recordar también que a clases presenciales faltan por causas más o menos relevantes. Es preferible pensar en estrategias como tolerar el envío dentro del día de la clase (si el problema es la congestión de la página), o dejar colgado el video y la consigna para que lo resuelva ese mismo día (si acaso justo no pudo conectarse en el horario porque no había luz y no había cargado las baterías o no tenía internet momentáneamente). Hay que tener en cuenta que el contabilizar las ausencias de un estudiante es indicador de continuidad para el docente y la escuela, no una sanción disciplinaria.
3) Las familias son SIEMPRE un actor importante en la comunidad educativa. El estudiante SIEMPRE requiere ser acompañado, en especial cuando son más chicos. En estos últimos casos es indispensable su ayuda con las tecnologías, ya que los niños, en el primer ciclo de la primaria al menos, requieren ese tutorial extra. En momentos de cuarentena, debería ser más difícil que quienes cursan los primeros años de escolaridad no tengan a alguien que lo siente frente a la computadora, tablet o teléfono inteligente, y refuerce las pautas que los docentes transmitimos en clase (que es importante escuchar para entender las ideas, poder presentar dudas o reflexiones y aprender de ese intercambio), que les insista con las lecturas necesarias fuera del horario de clase, así como en la resolución de las tareas extraescolares cuando sean necesarias. Por sobre todas las cosas, es importante que ambas partes entiendan que quien asiste a la escuela es el/la niño/niña, adolescente, no su familia. Por eso es importante la continuidad en clase y las charlas en casa sobre ¿cómo te fue hoy? ¿Qué aprendiste? ¿Pudiste hacer todo? ¿Necesitás ayuda?
4) A las autoridades también les sería de mucha utilidad poder ver en una misma página (aunque sea un blog o un perfil de Facebook) el desarrollo de las clases. Es importante que haya entonces profesionales capacitados para armar y coordinar esos espacios. Depender de que el docente les informe sobre cada clase y alumno es un desgaste de energías y tiempo al menos para profesores y preceptores, cuando lo que hacen puede verse en un sitio. Para capacitar en el manejo de la página web o consensuar las estrategias a implementarse en cada escuela o facultad según sus condiciones, existen vías de contacto como Skype o  Zoom que permitirían videollamadas entre autoridades, docentes y cuerpo asistencial.
5) A las tecnologías hay que reconocerles sus usos especificos. No siempre las más nuevas son las mejores. En estas situaciones hay que considerar aquellas que nos permitan el armado de grupos, la descarga de documentos y la carga de videos, como mínimo. WhatsApp no reemplaza al aula y esto es importante que lo tengan en cuenta tanto los grupos de padres y madres, como las autoridades que les exigen a los docentes mandar trabajos por esa vía, y los docentes que se prestan  a estar a disposición todo el día. Las dudas de los estudiantes tienen que estar expuestas en un lugar donde sus compañeros puedan leerlas y vean las respuestas del docente, porque eso también genera comunidad (además de evitar la misma pregunta por cada alumno).
En todos los puntos anteriores he dejado de lado el tema de la evaluación, eje distintivo de la educación formal que ya de por sí está alcanzado por diversos debates a nivel didáctico y pedagógico. Reconociendo esto algunas de las medidas tomadas, al menos a nivel universitario, estiman hasta ahora lo ineludible: que la evaluación sea presencial. La exposición oral a modo de exámen final evita la concentración de muchos estudiantes en un aula. En su defecto, la videollamada podría ser válida en estos contextos, pero en cualquier caso, es una instancia en la que el docente debe tener un trato directo con el alumno.
Las crisis generan nuevos lazos, y aunque la pandemia del COVID 19 nos parezca extraordinaria, como sociedad y en el campo laboral y educativo hay antecedentes sobre cómo trabajar a distancia, atendiendo a las condiciones y acuerdos de cada espacio. Para formar primero hay que aprender, y es inteligente entonces, revisar esos antecedentes, reforzar las estrategias, mejorarlas y generar conocimientos para estar mejor preparados ante las circunstancias actuales y futuras.

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